Día litúrgico: Jueves XXXI del tiempo ordinario
Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.
»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
«Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta»
Rev. D.
Francesc
NICOLAU i Pous
- (Barcelona, España)
Hoy, el evangelista de la
misericordia de Dios nos expone dos parábolas de Jesús que iluminan la
conducta divina hacia los pecadores que regresan al buen camino. Con la
imagen tan humana de la alegría, nos revela la bondad de Dios que se
complace en el retorno de quien se había alejado del pecado. Es como un
volver a la casa del Padre (como dirá más explícitamente en Lc
15,11-32). El Señor no vino a condenar el mundo, sino a salvarlo (cf. Jn
3,17), y lo hizo acogiendo a los pecadores que con plena confianza «se
acercaban a Jesús para oírle» (Lc 15,1), ya que Él les curaba el alma
como un médico cura el cuerpo de los enfermos (cf. Mt 9,12). Los
fariseos se tenían por buenos y no sentían necesidad del médico, y es
por ellos —dice el evangelista— que Jesús propuso las parábolas que hoy
leemos.
Si nosotros nos sentimos espiritualmente enfermos, Jesús nos atenderá y
se alegrará de que acudamos a Él. Si, en cambio, como los orgullosos
fariseos pensásemos que no nos es necesario pedir perdón, el Médico
divino no podría obrar en nosotros. Sentirnos pecadores lo hemos de
hacer cada vez que recitamos el Padrenuestro, ya que en él decimos
«perdona nuestras ofensas...». ¡Y cuánto hemos de agradecerle que lo
haga! ¡Cuánto agradecimiento también hemos de sentir por el sacramento
de la reconciliación que ha puesto a nuestro alcance tan compasivamente!
Que la soberbia no nos lo haga menospreciar. San Agustín nos dice que
Jesucristo, Dios Hombre, nos dio ejemplo de humildad para curarnos del
“tumor” de la soberbia, «ya que gran miseria es el hombre soberbio, pero
más grande misericordia es Dios humilde».
Digamos todavía que la lección que Jesús da a los fariseos es ejemplar
también para nosotros; no podemos alejar de nosotros a los pecadores. El
Señor quiere que nos amemos como Él nos ha amado (cf. Jn 13,34) y hemos
de sentir gran gozo cuando podamos llevar una oveja errante al redil o
recobrar una moneda perdida.
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Fuente: evangeli.net
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