Día litúrgico: Viernes XXXII del tiempo ordinario
»Aquel día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada». Y le dijeron: «¿Dónde, Señor?». Él les respondió: «Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres».
«Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían»
Fr. Austin NORRIS - (Mumbai, India)
Hoy, en el texto del Evangelio son
remarcados el final de los tiempos y la incerteza de la vida, no tanto
para atemorizarnos, cuanto para tenernos bien precavidos y atentos,
preparados para el encuentro con nuestro Creador. La dimensión
sacrificial presente en el Evangelio se manifiesta en su Señor y
Salvador Jesucristo liderándonos con su ejemplo, en vista a estar
siempre preparados para buscar y cumplir la Voluntad de Dios. La
vigilancia constante y la preparación son el sello del discípulo
vibrante. No podemos asemejarnos a la gente que «comían, bebían,
compraban, vendían, plantaban, construían» (Lc 17,28). Nosotros,
discípulos, debemos estar preparados y vigilantes, no fuera que
termináramos por ser arrastrados hacia un letargo espiritual esclavo de
la obsesión —transmitida de una generación a la siguiente— por el
progreso en la vida presente, pensando que —después de todo— Jesús no
regresará.
El secularismo ha echado raíces profundas en nuestra sociedad. La
embestida de la innovación y la rápida disponibilidad de cosas y
servicios personales nos hace sentir autosuficientes y nos despoja de la
presencia de Dios en nuestras vidas. Sólo cuando una tragedia nos
golpea despertamos de nuestro sueño para ver a Dios en medio de nuestro
“valle de lágrimas”... Incluso debiéramos estar agradecidos por esos
momentos trágicos, porque seguramente sirven para robustecer nuestra fe.
En tiempos recientes, los ataques contra los cristianos en diversas
partes del mundo, incluyendo mi propio país —la India— han sacudido
nuestra fe. Pero el Papa Francisco ha dicho: «Sin embargo, los
cristianos están esperanzados porque, en última instancia, Jesús hace
una promesa que es garantía de victoria: ‘Quien pierda su vida, la
conservará’ (Lc 17,33)». Ésta es una verdad en la que podemos confiar…
El poderoso testimonio de nuestros hermanos y hermanas que dan su vida
por la fe y por Cristo no será en vano.
Así, nosotros luchamos por avanzar en el viaje de nuestras vida en la
sincera esperanza de encontrar a nuestro Dios «el Día en que el Hijo del
hombre se manifieste» (Lc 17,30).
Hoy, en el contexto predominante de una cultura materialista, muchos actúan como en tiempos de Noé: «Comían, bebían, tomaban mujer o marido» (Lc 17,27); o como los coetáneos de Lot que «(…) compraban, vendían, plantaban, construían» (Lc 17,28). Con una visión tan miope, la aspiración suprema de muchos se reduce a su propia vida física temporal y, en consecuencia, todo su esfuerzo se orienta a conservar esa vida, a protegerla y enriquecerla.
En el fragmento del Evangelio que estamos comentando, Jesús quiere salir al paso de esta concepción fragmentaria de la vida que mutila al ser humano y lo lleva a la frustración. Y lo hace mediante una sentencia seria y contundente, capaz de remover las conciencias y de obligar al planteamiento de preguntas fundamentales: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lc 17,33). Meditando sobre esta enseñanza de Jesucristo, dice san Agustín: «¿Qué decir, pues? ¿Perecerán todos los que hacen estas cosas, es decir, quienes se casan, plantan viñas y edifican? No ellos, sino quienes presumen de esas cosas, quienes anteponen esas cosas a Dios, quienes están dispuestos a ofender a Dios al instante por tales cosas».
De hecho, ¿quién pierde la vida por haberla querido conservar sino aquel que ha vivido exclusivamente en la carne, sin dejar aflorar el espíritu; o aún más, aquel que vive ensimismado, ignorando por completo a los demás? Porque es evidente que la vida en la carne se ha de perder necesariamente, y que la vida en el espíritu, si no se comparte, se debilita.
Toda vida, por ella misma, tiende naturalmente al crecimiento, a la exuberancia, a la fructificación y la reproducción. Por el contrario, si se la secuestra y se la recluye en el intento de poseerla codiciosa y exclusivamente, se marchita, se esteriliza y muere. Por este motivo, todos los santos, tomando como modelo a Jesús, que vivió intensamente para Dios y para los hombres, han dado generosamente su vida de multiformes maneras al servicio de Dios y de sus semejantes.
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Fuente: evangeli.net
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