¿PARA QUÉ TANTOS REZOS?
Curiosa la conversación entre dos amigos en torno a la conveniencia o no de rezar. Uno -llamémosle Juan- afirmaba:
-Oye, si yo fuera Dios, la verdad es que me resultarían terriblemente aburridas las interminables oraciones de algunos.
El otro -llamémosle, en un alarde de imaginación, Pedro- contestó a la objeción:
-Es verdad, menos mal que tenemos la suerte de que tú no seas Dios. Él
tiene bastante más paciencia que tú, ¿te enteras? Fíjate que hace miles y
miles de años que hace nacer las flores en primavera, una vez y otra, y
continuará en ello. Tú, muchacho, ya te habrías cansado hace tiempo, y
ni flores.
Volvió a la carga Juan, que todavía tenía alguna pega que exponer:
-Además, Él ya lo sabe todo: ¿qué sentido tiene rezar para que se cure
mi tía Felisa o mi tatarabuela, si El ya sabe si seguirán viviendo o no?
¿Eh, qué te parece ésta?
Pedro se limitó a contestar con buen sentido común:
-Efectivamente, como saber, sabe todo, y desde la eternidad.
Por ejemplo, que tú vas a rezar por ellas, ¿no? Pues eso es lo que cuenta.
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