Día litúrgico: Sábado XXVIII del tiempo ordinario
»Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir».
«El que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él»
Fr. Alexis MANIRAGABA - (Ruhengeri, Ruanda)
Hoy, el Señor despierta nuestra fe y
esperanza en El. Jesús nos anticipa que tendremos que comparecer ante
el ejército celestial para ser examinados. Y aquel que se haya
pronunciado a favor de Jesús adhiriéndose a su misión «también el Hijo
del hombre se declarará por él» (Lc 12,8). Dicha confesión pública se
realiza en palabras, en actos y durante toda la vida.
«El Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir»
Esta interpelación a la confesión es todavía más necesaria y urgente en
nuestros tiempos, en los que hay gente que no quiere escuchar la voz de
Dios ni seguir su camino de vida. Sin embargo, la confesión de nuestra
fe tendrá un fuerte seguimiento. Por tanto, no seamos confesores ni por
miedo de un castigo —que será más severo para los apóstatas— ni por la
abundante recompensa reservada a los fieles. Nuestro testimonio es
necesario y urgente para la vida del mundo, y Dios mismo nos lo pide,
tal como dijo san Juan Crisóstomo: «Dios no se contenta con la fe
interior; Él pide la confesión exterior y pública, y nos mueve así a una
confianza y a un amor más grandes».
Nuestra confesión es sostenida por la fuerza y la garantía de su
Espíritu que está activo dentro de nosotros y que nos defiende. El
reconocimiento de Jesucristo ante sus ángeles es de vital importancia ya
que este hecho nos permitirá verle cara a cara, vivir con Él y ser
inundados de su luz. A la vez, lo contrario no será otra cosa que sufrir
y perder la vida, quedar privado de la luz y desposeído de todos los
bienes. Pidamos, pues, la gracia de evitar toda negación ni que sea por
miedo al suplicio o por ignorancia; por las herejías, por la fe estéril y
por la falta de responsabilidad; o porque queramos evitar el martirio.
Seamos fuertes; ¡el Espíritu Santo está con nosotros! Y «con el Espíritu
Santo está siempre María (…) y Ella ha hecho posible la explosión
misionera producida en Pentecostés» (Papa Francisco).
+ Rev. D.
Albert
TAULÉ i Viñas
- (Barcelona, España)
Hoy resuenan otra vez las palabras
de Jesús invitándonos a reconocerlo ante los hombres. «Por todo el que
se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se
declarará por él ante los ángeles de Dios» (Lc 12,8). Estamos en un
tiempo en que en la vida pública se reivindica la laicidad, obligando a
los creyentes a manifestar su fe únicamente en el ámbito privado. Cuando
un cristiano, un presbítero, un obispo, el Papa..., dice alguna cosa
públicamente, aunque sea llena de sentido común, molesta, únicamente
porque viene de quien viene, como si nosotros no tuviésemos derecho
—¡como todo el mundo!— a decir lo que pensamos. Por más que les
incomode, no podemos dejar de anunciar el Evangelio. En todo caso, «el
Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir»
(Lc 12,12). Al respecto, san Cirilo de Jerusalén lo remataba afirmando
que «el Espíritu Santo, que habita en los que están bien dispuestos, les
inspira como doctor aquello que han de decir».
Los ataques que nos hacen tienen una gravedad distinta, porque no es lo mismo decir mal de un miembro de la Iglesia (a veces con razón, por nuestras deficiencias), que atacar a Jesucristo (si lo ven únicamente en su dimensión humana), o injuriar al Espíritu Santo, ya sea blasfemando, ya sea negando la existencia y los atributos de Dios.
Por lo que se refiere al perdón de la injuria, incluso cuando el pecado es leve, es necesaria una actitud previa que es el arrepentimiento. Si no hay arrepentimiento, el perdón es inviable, el puente está roto por un lado. Por esto, Jesús dice que hay pecados que ni Dios perdonará, si no hay por parte del pecador la actitud humilde de reconocer su pecado (cf. Lc 12,10).
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Fuente: evangeli.net
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