Día litúrgico: Martes II de Adviento
«No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»
Fr.
Damien
LIN Yuanheng -(Singapore, Singapur)
Hoy, Jesús nos lanza un reto: «¿Qué
os parece?» (Mt 18,12); ¿qué clase de misericordia practicas? Quizás
nosotros, “católicos practicantes”, habiendo gustado muchas veces de la
misericordia de Dios en sus sacramentos, estemos tentados a pensar que
ya estamos justificados ante los ojos de Dios. Corremos el peligro de
convertirnos inconscientemente en el fariseo que menosprecia al
publicano (cf. Lc 18,9-14). Aunque no lo digamos en voz alta, quizás
pensemos que estamos libres de culpa ante Dios. Algunos síntomas de que
este orgullo farisaico echa raíces en nosotros pueden ser la impaciencia
ante los defectos de los demás, o pensar que las advertencias nunca van
para nosotros.
El “desobediente” profeta Jonás, un judío, se mantuvo inflexible cuando Dios mostró pena por los habitantes de Nínive. Yahvé reprochó la intolerancia de Jonás (cf. Jon 4,10-11). Aquella mirada humana ponía límites a la divina misericordia. ¿Acaso también nosotros ponemos límites a la misericordia de Dios? Hemos de prestar atención a la lección de Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Con toda probabilidad, ¡todavía nos queda un largo camino por recorrer para imitar la misericordia de Dios!
¿Cómo debiéramos entender la misericordia de nuestro Padre celestial? El Papa Francisco dijo que «Dios no perdona mediante un decreto, sino con un abrazo». El abrazo de Dios para con cada uno de nosotros se llama “Jesucristo”. Cristo manifiesta la misericordia paternal de Dios. En el capítulo cuarto del Evangelio de san Juan, Cristo no airea los pecados de la mujer samaritana. En lugar de ello, la divina misericordia cura a la Samaritana ayudándola a afrontar plenamente la realidad de su pecado. La misericordia de Dios es totalmente coherente con la verdad. La misericordia no es una excusa para tomarse rebajas morales. Sin embargo, Jesús debió haber provocado su arrepentimiento con mucha más ternura que la que sintió la mujer adúltera “herida por el amor” (cf. Jn 8,3-11). Nosotros también debemos aprender cómo ayudar a los demás a encararse con sus errores sin avergonzarles, con gran respeto hacia ellos como hermanos en Cristo, y con ternura. En nuestro caso, también con humildad, sabiendo que nosotros mismos somos “vasijas de barro”.
«No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»
Rev. D.
Joaquim
MONRÓS i Guitart - (Tarragona, España)
Hoy, Jesús nos hace saber que Dios
quiere que todos los hombres se salven y que no es su voluntad «que se
pierda [ni] uno solo» (Mt 18,14). Con la parábola del pastor que busca
la oveja que se ha perdido, nos presenta una figura que conmovió a los
primeros cristianos. En la portada del Catecismo de la Iglesia Católica
está grabada esta figura de Jesús Buen Pastor, que en las catacumbas de
Roma está ya presente entre las primeras imágenes del Señor.
Es tan fuerte el querer de Dios de salvarnos que, desde estas palabras hasta la donación incondicional en la Cruz, es Cristo quien nos busca a cada uno para que —libremente— volvamos a la amistad con Él.
De la misma manera que Jesús, los cristianos hemos de tener este mismo sentimiento: ¡que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad! Tal como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, «todos somos oveja y pastor». Hay personas —el propio esposo o la esposa, los hijos, los parientes, los amigos, etc.— para los cuales nosotros, quizá, seamos la única oportunidad que les pueda facilitar la recuperación de la alegría de la fe y de la vida de la gracia.
Siempre podemos dejar el noventa y nueve por ciento de las cosas que nos llevamos entre manos, para rezar y ayudar a aquella persona que tenemos cerca, que amamos y que sabemos que padece alguna necesidad en su alma.
Con nuestra oración y mortificación, y con nuestra fe amorosa, les podemos alcanzar la gracia de la conversión, como santa Mónica consiguió que su hijo Agustín se convirtiera en el “primer hombre moderno” que sabe explicar en "Las confesiones" cómo la gracia actuó en él hasta llegar a la santidad.
Pidamos a la Madre del Buen Pastor muchas alegrías de conversiones.
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Fuente: evangeli.net
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