Día litúrgico: 2 de Enero (Feria del tiempo de Navidad) 
Texto del Evangelio (Jn 1,19-28): Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».
Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
«En medio de vosotros está uno (…) que viene detrás de mí»
Mons.
 
Romà 
CASANOVA i Casanova
    Obispo de Vic - (Barcelona, España)
Hoy, en el Evangelio de la liturgia
 eucarística, leemos el testimonio de Juan el Bautista. El texto que 
precede a estas palabras del Evangelio según san Juan es el prólogo en 
el que se afirma con claridad: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su 
Morada entre nosotros» (Jn 1,14). Aquello que en el prólogo —a modo de 
gran obertura— se anuncia, ahora en el Evangelio, paso a paso, se 
manifiesta. El misterio del Verbo encarnado es misterio de salvación 
para la humanidad: «La gracia y la verdad nos han llegado por 
Jesucristo» (Jn 1,17). La salvación nos viene por Jesucristo, y la fe es
 la respuesta a la manifestación de Cristo.
El misterio de la salvación en Cristo está siempre acompañado por el 
testimonio. Jesucristo mismo es el «Amén, el Testigo fiel y veraz» (Ap 
3,14). Juan Bautista es quien da testimonio, con su misión y mirada de 
profeta: «En medio de vosotros está uno (…) que viene detrás de mí» (Jn 
1,26-27). Y los Apóstoles así entienden la misión: «A este Jesús, Dios 
le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hch 2,32).
La Iglesia toda ella, y por tanto todos sus miembros, tenemos la misión 
de ser testigos. El testimonio que nosotros traemos al mundo tiene un 
nombre. El Evangelio es el mismo Jesucristo. Él es la “Buena Nueva”. Y 
la proclamación del Evangelio a lo largo de todo el mundo hay que 
entenderla también en clave de testimonio que une inseparablemente el 
anuncio y la vida. Es conveniente recordar aquellas palabras del papa 
Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha mejor a quienes dan 
testimonio que a quienes enseñan (…), o, si escuchan a quienes enseñan, 
es porque dan testimonio».
«Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor»
Rev. D.
 
Joan 
COSTA i Bou
    
 
- (Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos propone contemplar la figura de Juan Bautista. «Quién eres?», le preguntan los sacerdotes y levitas. La respuesta de Juan manifiesta claramente la conciencia de cumplir una misión: preparar la venida del Mesías. Juan contesta a los emisarios: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor» (Jn 1,23). Ser la voz de Cristo, su altavoz, quien anuncia al Salvador del mundo y quien prepara su venida: ésta es la misión de Juan y, como él, la de todas las personas que se saben y se sienten depositarias del tesoro de la fe.
Toda misión divina tiene como fundamento una vocación, también divina, que garantiza su realización. Estoy seguro de una cosa, decía san Pablo a los cristianos de Filipos: «Quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Todos, llamados por Cristo a la santidad, hemos de ser su voz en medio del mundo. Un mundo que vive, a menudo, de espaldas a Dios, y que no ama al Señor. Es necesario que lo hagamos presente y lo anunciemos con el testimonio de nuestra vida y de nuestra palabra. No hacerlo, sería traicionar nuestra más profunda vocación y misión. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado», comenta el Concilio Vaticano II.
La grandeza de nuestra vocación y de la misión que Dios nos ha encomendado no proviene de méritos propios, sino de Aquel a quién servimos. Así lo expresa Juan Bautista: «No soy digno ni de desatarle la correa de su sandalia» (Jn 1,27). ¡Cuánto confía Dios en las personas!
Agradezcamos de corazón la llamada a participar de la vida divina y la misión de ser, para nuestro mundo, además de la voz de Cristo, también sus manos, su corazón y su mirada, y renovemos, ahora, nuestro deseo sincero de serle fieles.
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Fuente: evangeli.net

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