Día litúrgico: Viernes II de Adviento 
Texto del Evangelio (Mt 11,13-19): En aquel
 tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta 
generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se 
gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis 
bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque 
vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo
 del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un 
borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha 
acreditado por sus obras». 
«¿Con quién compararé a esta generación?»
 
    Rev. D.
 
Antoni 
CAROL i Hostench
    
 
- (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy debiéramos removernos ante el 
suspiro del Señor: «Con quién compararé a esta generación?» (Mt 11,16). A
 Jesús le aturde nuestro corazón, demasiadas veces inconformista y 
desagradecido. Nunca estamos contentos; siempre nos quejamos. Incluso 
nos atrevemos a acusarle y a echarle la culpa de lo que nos incomoda.
+ Rev. D.
 
Pere 
GRAU i Andreu
    
 
- (Les Planes, Barcelona, España)
Pero «la Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11,19): basta 
contemplar el misterio de la Navidad. ¿Y nosotros?; ¿cómo es nuestra fe?
 ¿No será que con esas quejas tratamos de encubrir la ausencia de 
nuestra respuesta? ¡Buena pregunta para el tiempo de Adviento!
Dios viene al encuentro del hombre, pero el hombre —particularmente el 
hombre contemporáneo— se esconde de Él. Algunos le tienen miedo, como 
Herodes. A otros, incluso, les molesta su simple presencia: «Fuera, 
fuera, crucifícalo» (Jn 19,15). Jesús «es el Dios-que-viene» (Benedicto 
XVI) y nosotros parecemos "el hombre-que-se-va": «Vino a los suyos y los
 suyos no le recibieron» (Jn 1,11).
¿Por qué huimos? Por nuestra falta de humildad. San Juan Bautista nos 
recomendaba "menguarnos". Y la Iglesia nos lo recuerda cada vez que 
llega el Adviento. Por tanto, hagámonos pequeños para poder entender y 
acoger al "Pequeño Dios". Él se nos presenta en la humildad de los 
pañales: ¡nunca antes se había predicado un "Dios-con-pañales"! Ridícula
 imagen damos a la vista de Dios cuando los hombres pretendemos 
encubrirnos con excusas y falsas justificaciones. Ya en los albores de 
la humanidad Adán lanzó las culpas a Eva; Eva a la serpiente y…, 
habiendo transcurrido los siglos, seguimos igual.
Pero llega Jesús-Dios: en el frío y la pobreza extrema de Belén no 
vociferó ni nos reprochó nada. ¡Todo lo contrario!: ya empieza a cargar 
sobre sus pequeñas espaldas todas nuestras culpas. Entonces, ¿le vamos a
 tener miedo?; ¿de verdad van a valer nuestras excusas ante ese 
"Pequeño-Dios"? «La señal de Dios es el Niño: aprendamos a vivir con Él y
 a practicar también con Él la humildad» (Benedicto XVI). 
«La Sabiduría se ha acreditado por sus obras»
La misma contemplación del ritmo de la naturaleza que nos rodea nos recuerda también este hecho. Deducimos que —en cierto modo— no estamos tan distantes de una planta, de un ser vivo... Estamos sometidos, tanto si nos gusta como si no, a la misma ley natural de las criaturas que nos rodean. Con la diferencia, ¡importante!, del origen de nuestra vida, de la vida a imagen y semejanza de Dios, con proyección de eternidad.
Todo el Adviento está informado por esta idea. El Señor llega con gran esplendor a visitar a su pueblo, con la paz, comunicándole la vida eterna. Es un toque de alerta: «La Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11,19). ¡Tengamos una actitud receptiva ante el Señor!
«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Mc 1,3), se anunciaba en la dominica II de Adviento (ciclo B). ¡Vigilad con las conductas sociales!, nos viene a decir hoy. Es como si dijera: «No pongáis trabas a la comunicación amorosa de Dios».
Hemos de pulir nuestro carácter. Hemos de reconstruir nuestra manera de hacer. Todo aquello que, en definitiva, falsea nuestra responsabilidad: el orgullo, la ambición, la venganza, la dureza de corazón, etc. Aquellas actitudes que nos hacen como dioses del poder en el mundo, sin querer reconocer que no somos los amos del mundo. Somos una pequeñez dentro de la extensa historia de la Humanidad.
Los discípulos de Juan experimentaban la purificación de sus errores. Nosotros, los discípulos de Jesús, nuestro Amigo, podemos vivir la insuperable experiencia de la purificación de todo aquello que es pecado, con esperanza de vida eterna: ¡otra Navidad!
Renovemos nuestro diálogo con Él. Hagamos nuestra oración de esperanza y amor, sin hacer caso del ruido mundanal que nos envuelve.
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Fuente: evangeli.net

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